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Ni bien la vio y se sintió atraído, ni bien la olio y se sintió excitado, ni bien la escucho y quedo enamorado, ni bien la conoció y la amo perdidamente. Esa locura exquisita, hermosa, deseable y emocionante lo tenía embelesado… y la mujer no era desagradable tampoco. O más bien lo era mucho y eso daba un toque más delicioso a la situación. Pensó un par de veces en poseerla ahí mismo, hacerla su mujer y bautizarla de sudor y sexo en medio de las calles, ante la mirada de la muerte y las alimañas mientras su sombra se masturbaba observándolos la desgraciada, pero eso lo reservaría para después, si, tendría sexo con ella, eso lo había decidido nada más verla a lo lejos cuando se percató de su presencia, pero eso había pasado a segundo plano ahora que estaba enamorado de su falta de cordura.
Afiló las comisuras de los labios dejando ver una fina línea blanca que eran sus dientes cuando sonrió, entrecerrando sus ojos un poco como cuando se contempla con agrado alguna maldad bien realizada o, en este caso, se mira excitado al ser amado, que era esa risa estridente. Alguien se había reído de él en una ocasión, no lo recordaba bien pero le parecía que sus vísceras estaban por allí en algún sitio, no estaba seguro, pero ella podía presumir –si es que lo entendía- de que estaba en presencia de la maldad en uno de sus estados más puros, riéndose de ella, y que viviría para contarlo. ¿Cómo podría matar a un delicioso panecillo de carne, esponjoso, rebosante de sangre, que era el vehículo por el que viajaba la genialidad?
-No digas mi nombre en vano…
Cuando terminó de reírse, él parpadeó despacio mirándola. Inclinó un poco su cuerpo de la cintura para abajo, ladeando la cabeza y juntó las llenas de sus dedos mientras la miraba de forma casi femenina. Caminó despacio a su alrededor mirándola, sin perderse ni un centímetro de ella mientras sus botas resonaban en el suelo arenoso. Las alimañas gruñían con ferocidad, lanzaban zarpazos como queriendo intimidarlos o solo enseñaban los dientes, pero no los atacaban, le tenían miedo aun y no lo harían, sabían que necesitarían muchos más y él estaba recién alimentado y ahora además emocionado.
-Aunque camine por el valle de las sombras, no temeré ningún mal… -susurró a penas un poco recordando ese pasaje. ¿Alguna vez había leído la biblia? Se detuvo frente a ella de nuevo y sonrió una vez más, casi con calidez- tus voces son sabias, debes hacerles caso, ¿te han mantenido viva hasta llegar aquí no es cierto? Y este es el momento más importante de tu vida… -se acercó y colocó sus manos sobre los pechos de la mujer, apretándolos un momento aunque más parecía que comprobaba su tamaño y peso de forma científica pues ni pestañeó al hacerlo- has madurado para llegar a mí… pues yo daré sentido a tu vida, ven.
Extendió su mano y la tomó por la misma, guiándola a través de las calles de Manchester despacio, con la mano alzada igual que si llevara a una quinceañera durante su vals, mientras las alimañas vampíricas los seguían a su distancia. Estaba un poco nervioso, ¿Cómo no estarlo si estaba cerca de ella, esa demencia que le hacía sentir mariposas en el estómago? Se preguntó si le gustaría él, si su locura estaría también a su nivel y haría feliz dándole el “sí, haré matanzas en tu nombre”.
Siempre que sus pasos tocaban la tierra, el sol y la luz se alejaban en el crepúsculo, como si él mismo trajera la noche y fuera su emisario. Pero no quería ser un heraldo, quería tener un heraldo. Ante la vaga luz crepuscular se vio aún más hermoso de lo que era, si es que había posibilidad de ello, sus ojos brillaban como si una lagrima fuera a salirle en cualquier momento, su porte era noble y distinguido, su cuerpo era un homenaje a la perfección y abrazaba la guapura varonil y la preciosidad femenina. Era, en pocas palabras, sencillamente bello, quizás de los seres más bellos del mundo, y al mismo tiempo de los más horrendos.
Se detuvo frente a un alto precipicio, desde donde se veía todo lo largo de Manchester: una ruina pútrida y nefasta que albergaba la oscuridad y la maldad extremas. A lo lejos se escuchaban los ecos de los gritos y rugidos demente de los vampiros.
-Ahora te daré una prueba de quien soy yo, pero tú deberás interpretarla por ti misma, puedo mostrarte el camino hacia mí, pero tú debes tomarlo sola… -volteó a verla, un intenso viento le acaricio el cabello y él le sonrió casi de forma paternal- bienvenida a tu destino, santa Matilda Storm… bienvenida al principio del fin.
Aun sujetando su mano dio un paso al frente y se precipitó hacia el abismo junto con ella. No había nada de que asirse, solo se sentía el aire y esa horrible sensación de caída mientras la risa de Syd, que no dejaba de mirarla, le llenaba los oídos. Las alimañas se lanzaron por ellos, querían atraparlos a media caída. Fue entonces cuando sacó a Shikyo y la agitó una sola vez hacia arriba, el grito del samurái resonó por todo el precipicio con un eco siniestro. Las cabezas se separaron de sus cuerpos y otros fueron abiertos en dos como si fuesen muñequitos de plástico. Soltó la katana y tomó a la mujer en sus brazos, cargándola como a una novia justo al momento que aterrizó en el piso con sus propios pies, abriendo un pequeño boquete en el suelo. La espada cayó clavada perfectamente en la tierra, a su lado, el espíritu estaba complacido.
Miró a Matilda un instante y le sonrió, sin bajarla al suelo.
-Sígueme ahora, y te mostraré maravillas…
- Syd, Bird of Hermes
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